En los espacios naturales del Mediterráneo es imposible inhibirse de la presencia humana. Son tierras que han sido moldeadas a lo largo de los dos últimos milenios por la actividad agropecuaria, con mayor o menor intensidad. Probablemente, los humedales son la expresión más clara de esta naturaleza cultivada. A veces oculta entre cañares y espejos de agua, la actividad antrópica se percibe en la presencia de canales y balsas, en formas geométricas de parcelarios funcionales o relictos, o en fluctuaciones del nivel del agua que obedecen al control humano. Los humedales mediterráneos son, a partes iguales, productos de naturaleza y cultura. Sin la agricultura y la ganadería, la configuración de estos ecosistemas sería bien distinta, tanto en su morfología, como en los equilibrios hídricos, de salinidad y nutrientes, o en las especificidades de su flora y su fauna.
Las marjales valencianas son una buena muestra de esta prolongada interacción entre el ser humano y la naturaleza. Son el producto de un proceso histórico de transformación del medio, desarrollado mediante múltiples operaciones de saneamiento y drenaje, también denominadas de bonificación o panificación. En la mayoría de nuestras marjales y albuferas se efectuaron trabajos de avenamiento para evacuar las aguas estancadas, y asimismo se construyeron canales para poder regarlas a conveniencia. Unas veces estas operaciones se diseñaron a gran escala, impulsadas por los poderes públicos y dirigidas por la mejor ingeniería de la época, pero otras fueron el resultado del esfuerzo silencioso de miles de agricultores. En muchos casos se luchó denodadamente para eliminar humedades y habilitar el cultivo, pero en otros la llegada de sobrantes de riego hizo permanentemente húmedos terrenos antes secos la mayor parte del año.
Historia
Aunque existen pruebas de actuaciones de épocas anteriores, la reconstrucción del proceso histórico de transformación de estos espacios suele partir de la fundación del reino cristiano de Valencia. Las operaciones medievales, modestas en su alcance y resultados, se limitaron en su mayoría a la colonización de las márgenes de algunos humedales costeros o al avenamiento de hondos y tremolares de aguas intermitentes, espacios que no exigían técnicas hidráulicas complejas. Están bien documentadas acciones como la roturación de la Marjal de Nules y la de Castelló, aguas abajo del camí de la Donació; también la creación y desarrollo de la jurisdicción de Francs, Marjals i Extremals de la ciudad de Valencia; el avance del regadío en terrenos aguanosos de la Vega Baja; y la excavación de drenajes en el continuo aguanoso que se extienden entre Cullera y Dénia. Pese a que no hay estudios que cuantifiquen la magnitud de sus actuaciones, el reinado de Jaume II parece especialmente favorable a estas operaciones de saneamiento. Sea por la intervención de la corona en este o en otros periodos, el topónimo Séquia del Rei se repite en varias marjales costeras valencianas y queda como prueba del impulso que, en determinados momentos, la monarquía medieval dio a la colonización de estos espacios. Con todo, el avance de estas operaciones de bonificación fue bastante limitado.
Los autores que han analizado estos procesos coinciden en distinguir dos etapas en la configuración histórica de estos espacios, una anterior al siglo XVIII y otra posterior. Antes de 1700, en la mayoría del Mediterráneo occidental, los humedales estuvieron dedicados principalmente a usos extensivos, como la ganadería, la pesca, la caza, la producción de sal o la recolección de barrilla –cuyas cenizas se usaban para la fabricación de jabones o vidrio. La actividad agraria tuvo en este periodo un peso escaso en estos espacios aguanosos. Sin embargo, en el siglo XVIII, la creciente presión demográfica impulsó una notable expansión de la superficie cultivada, que se manifestó en un abancalamiento masivo de las zonas de montaña y un fuerte empuje transformador sobre los humedales costeros y de interior.
En el litoral del golfo de Valencia, este proceso es inseparable de la expansión del arroz, que se extendió más allá de las tierras naturalmente húmedas, y con ello, contribuyó a expandir el paludismo sobre espacios antes secos, generando una agria polémica entre defensores y detractores del cultivo. Antonio J. Cavanilles, atento observador, adoptó una postura salomónica y distinguió entre las tierras pantanosas y las pantanosas por el arte. En las primeras, como en l’Albufera, reivindicó el cultivo arrocero para movilizar las aguas estancadas y reducir la mortalidad causada por las fiebres tercianas. En las segundas, tradicionalmente secas pero inundadas artificialmente, como en los desaparecidos arrozales del Camp de Túria o la Ribera Alta, recomendó su erradicación por motivos sanitarios.
La ingeniería de la Ilustración centró buena parte de sus actuaciones en este ámbito, con el apoyo de la aristocracia y la Iglesia. Es en este periodo cuando se desarrolla el proyecto de Juan de Escofet para ampliar la Acequia Real del Júcar y llevar agua a l’Albufera, y también cuando el Cardenal Belluga y el Duque de Arcos impulsan la transformación de los humedales del Bajo Segura y el Baix Vinalopó, el más ambicioso proyecto de bonificación ejecutado históricamente en tierras valencianas. Son operaciones que exigían un enorme rigor técnico, ya que los terrenos presentaban pendientes insignificantes, lo que requería el trazado de azarbes casi planos de proporciones kilométricas.
En el siglo XIX los gobiernos liberales abandonaron estas tareas, dejando en manos de la iniciativa privada estas transformaciones. Ni la sociedad valenciana ni el capital foráneo fueron capaces de ejecutar grandes proyectos de saneamiento, pese a que se planearon multitud de iniciativas y de que existía un marco legal favorable, que otorgaba la propiedad de la tierra al que transformara los espacios aguanosos. El avance de los cultivos en los humedales se debió fundamentalmente a la iniciativa de comunidades de regantes, pequeños labradores y arrendatarios que emprendieron infinidad de obras menores. Las últimas pulsaciones de esta etapa histórica, ya en el siglo XX, fueron las operaciones de drenaje, colonización y concentración parcelaria desarrollas por el IRYDA, que cambiaron la fisonomía de las marjales de Puçol, facilitando el tránsito hacia nuevos cultivos; abrieron nuevas vías de drenaje en Tavernes de Valldigna o reestructuraron por completo los arrozales de Pego y Oliva.
Variedad paisajística
La prolongada acción transformadora de la agricultura en los humedales ha creado una variada gama de paisajes, con numerosas especificidades locales. Pese a la innegable singularidad de estos espacios agrarios, es posible agrupar la mayor parte de ellos en tres grandes grupos ampliamente distribuidos por el territorio valenciano. De todos ellos, el más referido, hasta convertirse en un icono cultural de la región, es el arrozal. Ineludible en l’Albufera y en la margen derecha del Júcar, se cultiva también en la marjal de Pego-Oliva y en la de Almenara –en Xilxes y La Llosa. Hoy ocupa 15.447 hectáreas y en el pasado estuvo presente en otros humedales como el Prat del Quadro de Castelló o las marjales de El Puig y Puçol, regadas por la Real Acequia de Moncada. Ha desaparecido de otros ámbitos históricos, de donde no lo quiso Cavanilles, y se ha refugiado allí donde es consustancial, y donde puede hallar sinergias ambientales que justifiquen y faciliten la viabilidad económica del cultivo.
El paisaje de la marjal hortícola es menos conocido y quizás más singular. Todavía ocupa importantes extensiones en Nules y en la Marjaleria de Castelló, parcialmente degradado por numerosas edificaciones diseminadas consecuencia del descontrol y laxitud urbanística; subsiste a duras penas en los márgenes del Prat de Cabanes-Torreblanca y la Marjal de Peníscola, donde se mantiene el parcelario pero muy pocas explotaciones en cultivo; y también se encuentra las márgenes de la marjal de Pego y otros lugares al sur del Júcar. Está configurado por franjas de terreno largas y muy estrechas, separadas por numerosos canales de drenaje, localmente denominadas sequiols o palafangues. La densidad de la red de drenajes paralelos y la sobrelevación de las finas fajas de tierra, apenas emergidas, permite el cultivo y el riego por capilaridad. En el pasado también se empleaban pequeñas norias y taones –cajones alargados de madera que elevaban a palanca el agua–, y se elevaron aguas con calabazas huecas –el reg de carabassí-, técnicas que hoy han sido reemplazadas por motores portátiles. Se trata de un paisaje único y poco valorado, que prácticamente ha desaparecido de otros espacios mediterráneos –como sucedió con Ses Feixes d’Eivissa-, pese a que en otros lugares del mundo, como las chinampas mejicanas, se ha erigido en un potente icono agro-cultural. Hoy día, además de este escaso reconocimiento, su principal debilidad es la estructura microparcelada del sistema de drenaje, que lastra la viabilidad económica de estas explotaciones. Habría que buscar fórmulas para evitar la desaparición de esta particular forma de agricultura de nuestros humedales protegidos. Su pérdida sería equivalente, en términos culturales, a lo que para los ecosistemas resulta la extinción una especie clave en la cadena trófica.
Los humedales de la Vega Baja y la antigua Albufera d’Elx, el antiguo golfo que los romanos denominaron Sinus Ilicitanus, forman el tercer tipo, un conjunto más heterogéneo y diverso que los dos anteriores. En él coinciden saladares, lagunas y hondos de agua dulce, esteros salobres y salinas, y casi nada de ello está allí donde estuvo originalmente. La red de acequias y azarbes trazada por el Cardenal Belluga y el Duque de Arcos, más las intervenciones posteriores de la Compañía de Riegos de Levante y el IRYDA, reordenaron por completo el flujo de las aguas y los balances de salinidad, creando un nuevo sistema interconectado de espacios agrícolas y naturales. El paisaje actual es una construcción humana que ha redistribuido los equilibrios de salinidad y en consecuencia los aprovechamientos agrarios y los hábitats. Hoy agrupa varias figuras y niveles de protección, que bien merecería una mayor integración en su gestión, considerando no solo sus funciones agrarias y ambientales, sino también su papel fundamental en la mitigación de las inundaciones.
La pieza clave de este sistema, tanto por su posición geográfica –entre los parques naturales de El Fondo y las Salinas de Santa Pola–, como por su apuesta por la compatibilización de la agricultura y la protección del medio natural, es la comunidad de regantes de Carrizales, que creó en 2008 el Parque Natural Agrario Els Carrissals, el segundo creado en España de este tipo. Es probablemente el mejor ejemplo valenciano de aprovechamiento de las sinergias que pueden brindar agricultura y conservación de la naturaleza en zonas húmedas, gracias al consenso entre los actores locales y al aprovechamiento del potencial productivo y la biodiversidad de estos espacios.
Futuro
El futuro de la agricultura en las marjales valencianas pasa necesariamente por esta cohabitación de productivismo y conservacionismo. Todas las estrategias basadas en tejer alianzas entre la actividad agrícola y la mejora de la calidad del medio natural tienen muchas probabilidades de resultar ganadoras, mientras que aquellas que busquen la confrontación resultarán perdedoras, tanto para el sector como para la sociedad en su conjunto. Ahora bien, esto no significa que este camino vaya a ser fácil. Además del mencionado problema de la micropropiedad, hay que hacer frente a otros muchos desafíos actuales, como la sustitución de fitosanitarios, las técnicas de gestión de vegetación de margen o residuos agrícolas –como la paja del arroz-, y a otros futuros, como el ascenso del nivel marino y los cambios de salinidad asociados al calentamiento global. Y además hay que aproximarse a estos temas con criterios de equidad, que permitan una justa distribución de los costes asociados a la preservación, mejora y explotación del medio natural entre todos los beneficiarios de estas acciones. Sólo así podremos preservar los valores y la singularidad de estos híbridos socio-naturales que son los humedales valencianos.
Carles Sanchis Ibor
Centro Valenciano de Estudios del Riego, Universitat Politècnica de València.
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Me parece importante que tengan en cuenta a todas las comunidades de regantes de la Federación y en esta nueva etapa se pudiera dar respuestas […]
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